Y pues lee esto:

La generación de los setenta –ese raro hongo entre un jardín que en buena medida se ha decantado por la estabilidad y otro que parece encontrarse todavía en proceso de calibración– ha arrojado, quizás, las poéticas más potentes y arriesgadas de los últimos años en México. Autores como Alejandro Tarrab (1972), Dolores Dorantes (1973), Luis Felipe Fabre (1974), Román Luján (1975), Luis Alberto Arellano (1976), Eduardo Padilla (1976), Maricela Guerrero (1977), Rodrigo Flores (1977), Efraín Velasco (1977), Sara Uribe (1978), Hugo García Manríquez (1978), entre muchos otros, han sumado dimensiones a ese objeto heterogéneo y lleno de subjetividades al que solemos referirnos como “poesía mexicana”. Para la mayoría de ellos, en algún punto, la escritura parece representar una problematización del lenguaje, una exposición al flujo de algo vivo y potencialmente peligroso. La indeterminación, el juego, la asimilación de materiales en apariencia no-poéticos y la búsqueda constante de la restructuración de los elementos discursivos, conceptuales y formales del poema, cobran una importancia fundamental. 

En Transtierros.

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Y estos 10 poemas de QPOC (un término intraducible si es que existiera alguna vez algo intraducible).

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Y estos dos más poemas tbn de Arielle Greenberg.

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